Por Guillermo Ruiz
Teniendo en cuenta una serie de factores que sirven como enlace directo con los primeros indicios de pérdida del control sobre tu mente (insomnio, hiperactividad, repentina capacidad para razonar de forma imparable pero completamente errónea), la realidad puede alterar tu personalidad, causando desconcierto, pérdida de identidad, miedo.
Es, entonces, cuando el individuo supera sus límites, y puede aflorar la “enfermedad” y sus primeros síntomas: ataques de ansiedad, pánico, un extremo temor hacia la culpa y la duda. En este caso, no dejas de repetirte a ti mismo que el sufrimiento o malestar de la gente que te rodea, a la que quieres y con la que has permanecido en lazos de unión, es sólo responsabilidad tuya. En ese instante, el mundo exterior se presenta como hostil y amenazador. Algunos de estos primeros síntomas se pueden detectar fácilmente (cerrar puertas, persianas e intentar perder todo contacto con la vida), pero no resulta nada fácil asumirlos, y esto por puro desconocimiento, y otra vez miedo. Miedo a ser consciente de que algo se ha apoderado de ti y requiere de un periodo, en algunos casos muy largo y exigente, de adaptación, aceptación, comprensión… pero siempre hablando desde la batalla del “enfermo”. Su relación con el mundo, cambiará por completo, desgraciadamente por esa visión distorsionada de la persona marcada, como si estuviéramos todavía en una etapa de brujos, la sociedad nunca se lo pondrá fácil.
El día que me diagnosticaron esquizofrenia, sólo pude ver toda mi vida pasar frente a mí, el recorrido de ese mapa de mil direcciones no tomadas, y rompí a llorar, solo pude llorar y decirme en vagos pensamientos, es injusto…
Cuando me asignaron cama en el hospital psiquiátrico, de noche, al apagar las luces, el pensamiento que de forma clara y persistente me inundaba era: “tu vida ha terminado aquí, ha habido buenos momentos… pero despídete.”
No existe ninguna persona, que después de que se haya fracturado su interior, no sienta un pequeño atisbo de autoflagelación investido con palabras como: ya nunca seré “normal”, inclusive quien haya superado por completo la enfermedad. Pero quisiera preguntarme, ¿Y quién es normal? Podemos aceptar que el mundo, a veces, es cruel, caótico, malvado, pero, lo cierto es que es la persona la que construye la realidad. Si piensas, tras esa puerta habrá dolor, entonces, lo habrá… Por contra, si piensas que todo puede ir bien, será el momento de abrir esa puerta y vivir.
La sociedad se comporta frente a las enfermedades mentales con un rechazo casi atroz. ¿Por qué este tipo de enfermedades tienen que estar estigmatizadas y provocar vergüenza? ¿Por qué cuesta tanto asumir que la hipersensibilidad puede ser algo bueno, algo que aporte belleza, amor, creatividad?
Las cuerdas que tiran de una persona que ha padecido un problema de salud mental no pueden ser imperativas, forzadas, la recuperación requiere su tiempo. Todos los que tenemos una enfermedad mental y los “no tan enfermos” necesitamos lo mismo: felicidad, fluidez, vida.
Cuando conseguí el alta de mi confinamiento, en sentido tanto literal como metafórico, sólo pude dar gracias, comprender, reencontrar a quienes yo había alejado de mí, sentir ganas de volver a vivir, esta vez, de verdad, asumiendo que debería tomar durante mucho tiempo medicación. Agradecido también al ver a mis padres sonreír, al volver a apasionarme por las cosas y, por supuesto, decidido a no sentir nunca más miedo “irracional”. Hay luz, hay dolor, existe amor, sentimos emociones, somos en fin seres humanos y la vida plena puede existir.