Por Mª Nieves Martínez-Hidalgo
“Soy un chaval de 17 años, con depresión, ansiedad, trastorno de la conducta alimentaria y problemas de sueño durante más de un año, un año en el que he intentado suicidarme 5 veces. Hoy, después de tres meses de espera he tenido mi primera cita con el psiquiatra. Para la segunda cita tendré que esperar 5 meses más”.
Este mensaje fue publicado hace unos días en twitter.
El caso de Adrián es uno de los muchos casos que muestran cómo el sistema de la sanidad pública está abandonando a miles de personas con problemas de salud mental. DP4
A pesar de que la salud mental es un derecho fundamental, no todos los ciudadanos tienen acceso a ella. El sistema público de atención tan solo cuenta con 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes, ocasionando unas listas de espera insostenibles. El Defensor del Pueblo publicó en 2020 un informe con datos ofrecidos por nueve comunidades autónomas. La demora va desde los 23 días hasta los 71. La región con mayor demora para atención psicológica es Murcia.
La pandemia del siglo XXI era la de los problemas de salud mental, la de la depresión, la de los graves trastornos de personalidad, sin embargo, la crisis originada por el COVID-19, le ha quitado el protagonismo, y, al mismo tiempo, la ha afectado gravemente el bienestar de sociedades enteras, aumentando las desigualdades ya existentes.
Este año, la Federación Mundial de la Salud Mental (WFMH), ha decidido dedicar el Día mundial (10 de octubre) a la defensa de la salud mental en un mundo desigual.
El objetivo de este día es reivindicar que la atención a la salud mental debe ser igual para todas las personas, pero la escasa inversión en dicha área, desproporcionada en relación con el presupuesto general de salud (supone el 5,5 % del gasto sanitario total), genera un estigma institucional que aumenta la brecha entre “los que tienen” y “los que no tienen”.
Tanto el estigma institucional como el social genera desigualdad porque dificulta el acceso a la sanidad, a la educación y a la cultura, a la vivienda, al trabajo, a las relaciones sociales, a la pareja e incluso a la justicia. El estigma aliena a la persona, la condena al ostracismo y a un agravamiento de la sintomatología.
Si queremos detener la generación de desigualdades, tenemos que intentar romper el proceso de estigmatización, apoyándonos en los nuevos paradigmas que definen la salud mental en términos positivos y en relación interactiva con el entorno.
Desde el modelo de la psicología comunitaria, se comprende que los problemas de salud mental no se deben a una deficiencia personal, sino a la deficiencia de un sistema social que no garantiza el acceso a los derechos fundamentales. Desde distintos colectivos de activistas y profesionales, se viene cuestionando el modelo biomédico imperante y se insiste en la puesta en marcha de un sistema fuerte de protección social y laboral para las personas diagnosticadas.
Como ya dijo, en su informe de 2017 sobre el derecho de toda persona a la salud mental, el Relator Especial de la ONU Dainius Puras:
“Se deberían ampliar las intervenciones psicosociales eficaces en el ámbito comunitario y abandonar la cultura de la coacción, el aislamiento y la medicalización excesiva”, (…) facilitando “la transición hacia la erradicación de todos los tratamientos psiquiátricos forzosos y el aislamiento” y “un cambio de paradigma basado en la recuperación y la atención comunitaria”
Aunque, si realmente queremos mejorar la salud mental, el cambio debería ser más radical y este sistema de protección social y laboral debería ser exigido para todos los ciudadanos y, entre otras nuevas medidas, se debería adoptar la de incluir la asignatura de educación para la salud mental en el currículo escolar de educación primaria y secundaria concediéndole la misma importancia que a otras materias como la educación física, el inglés o las matemáticas. Y, avanzando un paso más, también se deberían incluir distintas disciplinas artísticas como el teatro, la danza o el cine porque los proyectos artísticos colectivos generan cohesión grupal, motivación, reflexión, cooperación y traspasan las fronteras del aula y del centro educativo, extendiéndose su efecto positivo y de crecimiento cultural a la comunidad. Esta sería la mejor campaña de prevención del estigma, del acoso y violencia escolar y de promoción de hábitos saludables a nivel mental.
Es evidente que sin apoyo social no hay recuperación. Aún en el caso de una diversidad mental crónica, es esencial la recuperación de la persona. Si la persona coge las riendas de su vida, si se siente incluida en la sociedad, si participa en actividades y proyectos comunitarios, si encuentra trabajo y no se siente aislada o rechazada por sus compañeros, tendrá esperanza y obtendrá un mayor bienestar mental y social.

Entonces, ¿Es posible romper a través del arte y la cultura este estigma que genera desigualdades?
Desde 2013 Fundación SoyComotu decidió utilizar el arte como herramienta de cambio social:
- Por un lado, para generar espacios seguros de inclusión y participación social, en los que personas con y sin diagnóstico crean proyectos artísticos. En nuestros talleres, el teatro, el cine o la radio son el medio que vehicula la cooperación, a través de la que surge el empoderamiento en las personas con diversidad. Además, también se reduce el estigma social y esto se traduce en una imagen social positiva de las personas con problemas de salud mental y en un cambio de actitudes hacia ellas.
- Por otro lado, también utilizamos el arte para sensibilizar y mover conciencias, para hacer visible el malestar psíquico, el dolor y el peso del estigma social e institucional y la urgencia de un cambio social en el que todos tengamos voz y podamos participar.
En este video sobre la performance realizada el 10 de octubre del año pasado, se puede ver un fragmento de este tipo de acciones artísticas.
Desde hace décadas, en distintos lugares del mundo, se están desarrollando proyectos artísticos comunitarios que hunden sus raíces en lo social y transforman las realidades de colectivos vulnerables.
En Argentina, por ejemplo, el Frente de Artistas del Borda ha intentado romper de forma simbólica los muros del hospital psiquiátrico con la intención de generar vínculos con la comunidad. A lo largo de todos estos años, según comenta la psicóloga Claudia Bang, se ha constatado cómo el proceso de creación colectiva permite comenzar a re-tejer lazos, a formar vínculos y a posicionarse como sujetos activos de decisión y transformación de sus propias realidades.

Y cabría preguntarse cómo es que el arte comunitario influye directamente sobre algunos determinantes sociales de la salud. Y la respuesta es sencilla:
- Por un lado, hace posible la construcción de relaciones simétricas que contribuyen a la generación de condiciones de equidad, y
- Por otro, fomenta procesos de cohesión, acción social y organización
El arte está en relación constante con el crecimiento de las personas y de la sociedad, pues tiene un gran poder sensibilizador y transformador.
En Barcelona, existe otra experiencia muy interesante, la de Radio Nikosia, que surge en 2003 con el objetivo de escapar a la categoría exclusiva de pacientes/pasivos y establecer lazos con el entorno social. Cristina, redactora del colectivo nikosiano afirma que no sabe diferenciar cuánto de su sufrimiento está ligado a la problemática en sí y cuánto vinculado al hecho de tener que vivir en sociedad bajo una etiqueta diagnóstica que lleva asociados tantos estereotipos negativos (debilidad, inutilidad, peligrosidad…). En este sentido, Arthur Kleinman (2000), psiquiatra y antropólogo habla del sufrimiento social como un fenómeno que no deriva del problema de salud mental sino de la mirada social que se ejerce sobre la persona diagnosticada. Ese dolor es fruto del estigma, de los prejuicios que la sociedad ha desarrollado por su dificultad para aprender a convivir con la diferencia.
Y, ante la existencia de este dolor real social, es lógico pensar que es en lo social donde hay que producir algún tipo de intervención para paliar este sufrimiento. Desde el arte y su articulación con otras disciplinas, se están desarrollando estrategias comunitarias de intervención para el abordaje de problemáticas psicosociales complejas como la inmigración. Estas experiencias transcienden los efectos saludables del arte en lo individual generando procesos artístico-saludables en lo colectivo, generando canales de inclusión social. Experiencias como las desarrolladas en México, en la Ciudad de Querétaro, recogidas y documentadas por Oscar Guerrero, sociólogo y voluntario de la Fundación.

Ojalá, este movimiento de arte y salud comunitaria siga extendiéndose y multiplicando sus efectos para la reducción de las desigualdades y para la mejora de la salud mental y del bienestar psíquico y social de las personas.