Testimonio de un chico con trastorno límite de personalidad
Estoy seguro que hay muchas vidas ahí afuera como la mía. ¿Quién soy? Solo uno más entre tantos. Alguien que tenía un problema de salud mental muy grave y nadie se acercó a explicárselo, a decirle que los pensamientos y creencias erróneas no eran reales, igual tampoco se pararon a preguntar qué era lo que yo pensaba. Las pocas veces que me preguntaron cuales eran mis preocupaciones, fueron apuntadas en la historia médica sin más. Nadie me dijo que yo tenia un trastorno. No conocí la respuesta hasta que pude entender por mi mismo que este sufrimiento no era normal, que tenía que tener una explicación.
Dos lavados de estómago, más de 10 atenciones en urgencias por autolesiones, ingresos con contención mecánica de pies y manos… Y yo salía de allí con la conclusión que yo daba igual, que en los hospitales no iba a encontrar la solución ni ayuda. La pregunta era “¿tienes pensamientos suicidas?” o algo similar cada mañana, si la respuesta era no, tenía probabilidades de salir de allí antes, si lograba encadenar tres días diciendo “no tengo pensamientos suicidas” entonces podría salir de allí quizás antes. Nadie me dio una explicación o posible explicación de por qué hacía lo que hacía o por qué sufría tanto. Así aprendí que mi dolor no valía, aprendí a anularme a mi mismo y a sufrir en soledad. Si no le importaba a nadie mi dolor, ¿Cómo me iban a dar siquiera respuestas? Aquel chico de 15 años no necesitaba ser atado, necesitaba ser escuchado, solo necesitaba que alguien se interesara por su malestar y le dijera qué le ocurría. Aquel chico solo necesitaba respuestas, respuestas que nunca llegaron. Lo mejor era pasar capítulo y sufrir en silencio, dejé de ir al médico presencialmente.
Pasaron 8 o 9 años, y yo había logrado sobrevivir como pude. Hubo épocas en las que llegué a pesar 40 kg (siendo un chico de 24 años), claramente llegué a desarrollar un trastorno de alimentación no diagnosticado, tanto dolor no se puede cerrar sin más, al final acaba saliendo por cualquier lado. Así vagué como un zombi, con épocas en las que me aislaba del mundo porque me hacía mucho daño. Otras épocas intentaba “ser normal”, a veces con más éxito, la mayoría con poco. Desde fuera, se podía ver que algo no estaba bien conmigo. El cerebro trataba de buscar una explicación, y siempre lo encontraba donde no debía. Yo me veía como algo roto, un sentimiento de invalidez profundo. Me aislaba por largos periodos y perdía la noción del tiempo. Otras veces buscaba la salvación en metas y creía que mi malestar se iría cuando consiguiera ciertas cosas. Pero nunca se fue.
No sucedió hasta que mi comportamiento y decisiones fueron demasiado disruptivos que caí en la cuenta, mis actos me delataron. De repente me dije, esto no puede ser normal, esto que estoy haciendo no lo hace una persona que esté sana. Entonces recordé aquel diagnóstico que tuve a los 15, uno de entre tantos otros diagnósticos que resultó ser el que más me encajaba, una hoja en el historial lo mencionaba. La parte negada salió, la parte negada nunca se fue. La parte negada siempre había estado ahí, haciéndome sufrir en silencio, un sufrimiento que yo negaba. Negué ese sufrimiento porque todos me hicieron ver que no era válido sufrir. Que tenía que estudiar y trabajar, arreglarme y ya está, que a mi no me pasaba nada. Yo lo había creído todo. Una sociedad donde no hay cabida al débil, yo tampoco podía serlo.
Volví al psiquiatra, años después con el que había mantenido contacto mensual indirectamente a través de un familiar. Le dije “Yo tengo un trastorno, tanto sufrimiento no es normal”. Recuerdo que me miró y contestó: “Tu no tienes ningún trastorno”, él lo sabía, él tenía todo mi historial médico, pero se negaba a reconocerlo. Se negaba a reconocer mi dolor.
Para esto está la Fundación SOYCOMOTU, para que no haya más vidas como la mía. Para que el dolor sea reconocido. Para que pueda mostrarlo sin miedo. Para que, a pesar de mi dolor, pueda ser uno más y, así, el dolor no se transforme en marginación social. Para que otros jóvenes como yo tengan respuestas a tiempo. Porque ahí fuera hay muchas personas sufriendo en silencio.
¿Quién soy? Solo uno más, uno más que quería ser escuchado. Ahora soy alguien que por fin puede expresar ese dolor, un dolor que merece ser escuchado. Ahora puedo expresarlo sin miedo, sin miedo a que mi historia no sea válida, porque sé que ahí fuera hay otros como yo, que tienen que saber qué les pasa y que deben saber qué pueden hacer al respecto. Por esto luchamos en la Fundación, para dar voz a aquellos que han sido silenciados, por aquellos que buscan respuestas, aquellos que ahora están negando su dolor porque la sociedad les ha dicho que tienen que ocultarlo. Porque, ante todo, soy “alguien”, puedo tener un problema de salud mental, pero eso no me hace menos persona. El dolor tiene que ser reconocido, no desde la pena, sino desde la empatía, desde personas iguales, iguales en valor.
Estoy seguro de que ahí afuera hay más vidas como la mía, y ahora hay un lugar donde pueden mostrarse, donde serán aceptados, con su dolor y sin él. Muchas veces es lo único que alguien necesita, ser escuchado.
3 Comments
Nieves Martínez
Muchas gracias por querer transmitir tu experiencia en salud mental, aunque sea desde el anonimato, por razones familiares, que todos podemos comprender. Tu testimonio es un rayo de luz y de esperanza para otros chicos y chicas que permanecen tras el eclipse lunar. Un abrazo enorme
consuelo Ariza Copado
Tú testimonio es sincero y valiente. Tú has vivido con tu dolor muchos años y siento q tanto los profesionales sanitarios como las personas q te rodean nunca te hayan podido dar una respuesta a tu medida, a la medida q tú necesitabas, pero con el paso del tiempo te has fortalecido y has aceptado tu personalidad, y eres tú quien estás tomando las riendas de ti vida y aceptandote a ti mismo. Eres humilde y tierno a la vez y esos son 2 grandes valores de los q puedes sentirte orgulloso, y puedes compartir con los demás ! Sigue luchando, acompañado por las personas q te comprenden, como nosotros.
Mireya Martínez Fernández
Siento mucho que no te hayas sentido comprendido o ayudado. A mí personalmente me ha gustado mucho conocerte y recuerdo que el primer día que me senté a tu lado siendo desconocidos, me preguntaste mi nombre y que cómo estaba. En la presentación del periódico Puentes. Y pensé… qué maj@! Ahora que estás encontrando apoyo y conociéndote mejor, es el momento de mirar hacia delante y no detenerte mucho en lo pasado. Un abrazo valiente!