A continuación, compartimos este texto escrito por José Leal y publicado en CatalunyaPress (02/017/2018) titulado El estigma que no cesa. Se trata de un artículo que incluye unas interesantes reflexiones acerca del estigma asociado a los problemas de salud mental.
“Hace unos años pedí a un taxista que me llevara de un hospital psiquiátrico en Sant Boi hasta el aeropuerto de Barcelona. Muy prontamente el conductor mostró interés en saber cuál era la razón de mi estancia en dicho centro. Le conté que había participado como conferenciante en un congreso sobre la atención a personas con problemas de salud mental. Él tiene una hija enfermera, me dijo, que ha trabajado durante un tiempo en la unidad de psiquiatría en un hospital comarcal de otra zona y acaba de cambiar de trabajo porque, me dice, aquel era peligroso y agotador. Las personas con trastornos mentales, añade, tienen peligro, pueden agredir como le pasó a su hija que una vez sufrió un arañazo. Con cierta frecuencia, continúa, hay que atarlos y con cierta sorna añade, bueno, ustedes lo llaman contención mecánica.
No recuerdo si tuve tiempo de demostrarle que su primera afirmación, la peligrosidad, era un mito infundado que estigmatizaba a las personas. También le dije que la llamada contención mecánica era una práctica a erradicar y que tanto usuarios como profesionales estaban denunciando la existencia de las mismas, que no son contenedoras y sí graves atentados a la dignidad de las personas. Y que también hace falta mucho esfuerzo para erradicar tanto mito estigmatizante acerca de quienes sufren dificultades.
Muchas de las creencias populares acerca de la enfermedad mental y de los comportamientos de las personas que la padecen son erróneas y claramente falsas. Muchas expresiones están arraigadas en el lenguaje popular. Con demasiada frecuencia se expresan en los medios de comunicación y especialmente en la televisión. A pesar de los muchos esfuerzos por erradicarlas los avances son escasos.
Esa tarea está resultando extremadamente difícil porque ese conjunto de creencias está muy fuertemente arraigado por efecto de largos años de desatención, abandono y miedo ante todo aquello, especialmente los comportamientos, que no sabemos explicarnos y nos asustan. También pasa con los emigrantes, los pobres y todos aquellos a quienes les pasa lo que, aunque lo veamos lejos, nos puede pasar a todos.
LOS MEDIOS
Llega el 17. Lo hacen esperar en una sala desde la que una cámara lo muestra en un recuadro de la pantalla mientras presentadora y tertulianos , asustados de la gravedad de lo que sucede o puede suceder continúan con aportaciones estrafalarias acompañadas de la teatralidad ya citada. Sentí hastío por el modo de tratamiento del tema.
Me aburría el tema pero esperaba la intervención del colega deseoso yo de que deshiciera tanto entuerto, de que señalara la exageración en la que se estaban moviendo, reclamara cierta compasión hacia una persona que sufre y reparara tanto daño como hacían a ella y quizás a las personas que padecen un trastorno mental. No fue así. Ni una palabra, que yo recuerde, de desacuerdo hacia lo que venía oyendo ni de compasión hacia la persona supuestamente enferma. Recibió una cálida acogida por parte de la presentadora quien afirmó que él los sacaría de dudas y diría qué le pasaba a la mujer y qué se podría hacer. Señala que él solo puede hacer una hipótesis porque no la conoce en persona. Pasado un rato expresa el veredicto: lo que tiene es un trastorno obsesivo-compulsivo. Necesitará, por este orden, medicación y psicoterapia. Y añade, se puede curar, no como la psicosis. Así tal cual.
El post que pensaba escribir sobre el estigma y la enfermedad mental con mis reflexiones sobre las situaciones descritas quedó aparcado ante la reciente tragedia y a sus avatares a las que dediqué mi escrito.
Espeluznante. Tengo en tan alta consideración a la filosofía que a veces pienso que junto a la poesía será lo que nos salve de tanto desacierto y vulgaridad en que el mundo anda metido. Por eso no puedo entender que un filósofo llegue a decir tamaña desmesura como es comenzar y acabar un artículo con la citada frase.
Como no puedo o quiero pensar que sea desde la maldad desde donde se formula he de pensar que aún perdura en nosotros la idea de que todo comportamiento inexplicable, inaceptable, violento, desmesurado y, en general todo aquello que del otro, nos disgusta o nos hiere es porque está loco y que de esa enfermedad lo curará el manicomio. El manicomio ha sido una gran ignominia y un atentado a la dignidad de las personas allí encerradas. Pero es que A.T., el amigo del Sr. Savater tal vez no sepa que ya, felizmente, no hay manicomios.
CIERRE
Costó cerrarlos pero están cerrados, algunos han desaparecido físicamente y lucharemos para que no vuelvan. Aunque luchar por ello, por prácticas que sean cuidadosas con el trato que merecen las personas, trabajar por los derechos humanos es una tarea permanente. No faltarán manicomios, no serán necesarios; no faltarán cárceles, ojalá no sean necesarias. Pero el filósofo y su amigo deberían saber, lo sabrán, que ese vínculo locura, cárcel y manicomio ya lo planteó demoledoramente Michel Foucault.
Hay que decirlo una vez más. Aquello que no entendemos, aquello que no nos gusta, tantos comportamientos que a cada uno no le placen nada tienen que ver con la locura y utilizar lenguajes como los antes citados dañan y refuerzan el estigma que acompaña tan injustamente a las personas.
Quizás no hayamos explicado bien a la sociedad el horror que ha significado el manicomio y las razones por las que su demolición era imprescindible.
Tal vez por ello se haya podido producir un hecho como el siguiente. Una empresa de embutidos ha lanzado un anuncio navideño para aumentar el consumo de sus productos. Por lo que leo, parece querer transmitir “mensaje”. Lo realiza la directora de cine, Isabel Coixet y cuenta con la actuación de una alto número de personas conocidas del mundo del cine, la televisión, la música, etc. Si todos han cobrado, el anuncio ha debido costar una fortuna. Se sitúa en un manicomio de ambiente y estética viscontiana y a lo largo del mismo se trivializan situaciones tan históricamente dolorosas, como personas con camisas de fuerza, que un muy alto número de asociaciones de usuarios, de familiares, de profesionales y de asociaciones científicas han denunciado porque consideran “que veja la imagen de las personas con discapacidad, y más concretamente las que padecen una enfermedad mental.”
Luchar contra el estigma es hacerlo también contra todas aquellas formas de un lenguaje que es mentiroso y excluyente. Y lo es porque sabemos hace mucho, mucho que el rechazo al otro se fundamente muchas veces en mentiras y atribuciones erróneas.
Nosotros somos palabras, nos construimos con palabras. Por ello cuidarlas, usarlas con sentido, no usarlas como dardos contra el otro es un deber.
Si llamar loco, enloquecido, esquizofrénico a cualquier comportamiento que no compartimos, no entendemos o no queremos es extremadamente injusto e hiriente mucho más lo es trivializar espacios, como el manicomio, con tanta soltura. La ignominia que ha sido el manicomio, la persistencia del abuso, el abandono, las ataduras, las camisas de fuerza, los babeos de personas sometidas a feroces tratamientos y a denigrantes tratos debería ser suficiente como para no usar esa palabra en vano.
Porque de lo que se trata es de derechos humanos. Su defensa requiere militancia, tranquila pero persistente. Porque el lenguaje hostil rezuma por doquier. Si no es atribuible a la maldad del sujeto que lo enuncia, cabe pensar que no, tendremos que pensar que todavía hay en lo colectivo algo muy arraigado por cuya modificación hemos de seguir trabajando.
A todos aquellos que, aún sin mala fe, utilizan el lenguaje y las antiguas instituciones de la locura con tanta facilidad, un consejo: lean y verán cuanta violencia ejercida frente a lo cual no se puede hacer bromas.
Lean a Alda Merini, una magnífica poeta italiana, de las mejores, que pasó gran parte de su vida en el manicomio de Milán. Lean ‘Tierra Santa’ o ‘La Clínica del abandono’ o ‘L’altra veritá, diario de una diversa’, donde cuenta su vida en ese lugar de encierro. Y no se asusten sin sienten un temblor en lo más profundo cuando lean lo siguiente, “y después, cuando amábamos / nos daban los electrochoques / porque, decían, un loco / no puede a nadie amar’. Con lucidez extrema, Merini narró en sus poemas la experiencia de la locura (vivió casi 20 años en manicomios, de 1961 a 1978) y de los tratos inadecuados. “Me inquieto mucho cuando me atan al espacio”, escribió.
He leído en un panel del Museo Egipcio de Turín que “el corazón para los egipcios era la sede de la voluntad y la conciencia”. Tal vez voluntad y conciencia tengan muchas sedes y, sin duda, el corazón una de ellas.Cuesta decirlo pero cuando se endurece el corazón y la mirada hacia el otro se vuelve lejana y desatenta cobran dolorosamente valor las palabras de Plauto retomadas con posterioridad por Hobbes: ” Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro” y en vez de dirigirle una mirada atenta y cuidadosa lo rechaza o lo hiere. También lo hace el lenguaje inadecuado. Trato y lenguaje generan el estigma. El estigma es una dolorosa herida.