Ponente Mikel Quetglas, Activista y Voluntario
Fundación SoyComotu
Ponencia presentada en las I Jornadas Nacionales sobre Artes Escénicas, Inclusión Social y Salud Mental
Buenas tardes,
Esta puede ser una gran oportunidad para exponer qué es lo que me ha aportado la experiencia de ser participante de un taller de activismo y performance inclusivo.
Para intentar explicar y relatar mi experiencia como persona con problemas de salud mental y participante de este taller voy a basarme en dos conceptos: el Espacio y el Tiempo; pero no desde el punto de vista de la Física, sino desde la perspectiva de la Psicología y de la Filosofía, aunque, curiosamente, no soy especialista en ninguna de estas materias.
Participar en este taller me ha aportado, fundamentalmente, una gran dosis de realidad en forma de contacto social. Cada cual, en soledad, se acompaña de sus propios pensamientos en forma de fantasías, deseos y miedos; y así consigue aislarse de una realidad que le supera.
La experiencia como activista me ha dado la oportunidad de salir, en parte, de ese ensimismamiento en el que me había cobijado y comenzar a compartir parte de la soledad que desde siempre me ha acompañado. He podido sentir como las sombras del miedo perdían su intensa negrura, como las fantasías dejaban de tener ese resplandor que vislumbra y encandila y como los sueños se convertían en propósitos cada vez más reales y accesibles.
Un acto éste de compartir no tan fácil como a priori pudiera interpretarse. Mi acercamiento al otro siempre ha estado y sigue estando condicionado por la necesidad de cariño, basado en la actitud de recibir en lugar de dar, demandando en el otro la respuestas a los conflictos que tanto me incomodan: ¡Ese ha sido siempre mi grave e infantil error! Estas son conductas que arrastro desde la niñez; una niñez paralizada por un hecho traumático que, aún pudiendo estar justificado, como en mi caso, se quedó fijo en el subconsciente y, desde entonces, amenaza con repetirse de forma cíclica sin importar la edad, la persona o el lugar.

Cuando nací mis padres eran estudiantes universitarios y ante la diatriba de criar o continuar con los estudios eligieron esta última opción, dejándome, siendo aún un bebé, al cuidado y la protección de mi abuela materna. ¡Nunca me he separado de la sensación de abandono y orfandad que este hecho me produjo!.
Desde entonces he buscado el cariño y el cobijo de una madre ausente e irrepetible. El acto de compartir ideas, emociones y vivencias con los compañeros que conforman el grupo de activismo me ha permitido tener un contacto más fiel con mi propia realidad y la que me envuelve, ha estimulado mi creatividad e impulsado mi voluntad para mejorar como persona.

Un ejemplo de esto último sería el siguiente: El monitor del taller de Activismo y Performance Inclusivo, Antonio Manuel, a quien tendrán la fortuna de escuchar en la mesa redonda de esta tarde, nos propuso, a cada uno de nosotros, crear una performance individual que describiera el o los aspectos más relevantes de nuestra biografía, que tratara sobre aquello que pensábamos que podía definirnos o que, de alguna forma, hubiera marcado nuestra vida, para bien o para mal. En mi caso quise representar de forma simbólica el sufrimiento que me había acompañado y tratar de expresarlo desde un punto de vista diferente.
Este ejercicio me ha aportado la posibilidad de preparar algo propio, personal y original; de crear algo nuevo en forma de performance, que yo interpreto como una “acción en el tiempo”; una acción destinada a los demás y, sobre todo, a uno mismo.
Cuando realizas una performance te desnudas ante el mundo, literal o metafóricamente; ante aquellos que te rechazaron, que te ignoraron y que expresaron de mil maneras distintas el mantra: “Tú no vales”, tal y como mi compañero Andrés dejó patente en su Performance al tatuárselo en la piel.

Sientes, por una vez, que alguien está receptivo, interesado, y que anhela ver tu creación… ¿Y entonces? … Entonces es cuando aparece la vida tal y como es, la incertidumbre de no saber qué pasará después ni cuál será la respuesta. Surge y revela la apuesta por un mañana que es hoy, y que produce vértigo. Un vértigo que hace dudar, que nubla la mente y que amenaza con apagar cualquier intento de progreso y proyección personal.
Y es ahí donde anida la oportunidad de romper la escarcha que te cubre y la rigidez que te envuelve. Es como si, por fin, decidieras ser alguien, hacer algo original; y ponerte manos a la obra … ¡y lo haces!, (o no, ¡eso sólo depende de ti!)… Y el hechizo se rompe y lo que queda eres tú y la gente que te rodea, y la necesidad de volver a comenzar, de volver a intentarlo, de vivir la vida que tienes y, parafraseando a José Luis Sampedro, de “¡vivir la única vida que existe y que tienes la obligación de vivirla!”.
La experiencia de actuar desde la autenticidad en una Performance y llegar a hacerlo de tal manera que ésta represente una nueva oportunidad de ser, de sentir, de soñar y de mostrarte de forma inesperada y sorprendente, incluso para ti mismo, intuyo que puede facilitar y potenciar el proceso de recuperación de cualquier persona que, como yo, sufre por tener un miedo intenso a tomar las riendas de su propia vida.
Hacer este ejercicio y exponerlo al público ha sido el detonante para iniciar una relectura más constructiva y responsable de mi vida.

La performance que diseñé consistió en situar una serie de sillas vacías rodeando un estrecho círculo donde yo me situaba; dibujé un círculo rojo en el suelo y dispuse en el centro del corro de sillas un crucigrama compuesto por una serie de valores personales que eché de menos en mi infancia.

La acción terminaba saliendo yo de la escena y dejando todo el protagonismo a estos valores que considero ineludibles para cualquier persona. La familia, en mi caso, ha representado un hábitat tóxico e inseguro que me ha marcado profundamente y ha desestabilizado mi salud mental.
Participar en un proyecto como este en el que los caminos a seguir no han sido trazados con anterioridad y que deben ser creados por el grupo nos coloca, a cada uno de nosotros, frente a nuestras colosales y temidas limitaciones. En mi caso, pronto me di cuenta de que éstas eran inabarcables y de que iban a representar las primeras piedras en el camino.

La primera piedra apareció en forma de una marcada incapacidad para amar: Mi trato hacia las personas de mi entorno más cercano suele ser, por lo general, más frío y egoísta de lo que me gustaría. Busco de forma obsesiva protegerme del rechazo y del abandono pero, a cambio, me siento sólo, desconectado y aislado del mundo que me rodea que es, en definitiva, el estado de ánimo hacia el que conduce esta forma de relacionarse.
En el grupo de activismo considero que se ha creado el ambiente propicio para poder desarrollar lazos de amistad entre nosotros, pero ha sido en este punto cuando he experimentado la crisis personal más profunda.

¡He de admitir que yo no he logrado crear ese vínculo con ninguno de mis compañeros/as!. Temo llegar a intimar con una persona y es a día de hoy cuando descubro con mayor intensidad la impotencia para hacerlo. He vivido sentimientos encontrados: por un lado el deseo de escapar y de huir, para evitar sufrir y que me hagan daño y, al mismo tiempo, un deseo intenso de seguir avanzando en las relación relaciones personales, de tratar de implicarme un poco más cada día y arriesgar.

Hasta ahora, ante cualquier imprevisto que me incomodara o que “me hiriera en mi orgullo” siempre había optado por el recurso de pensar que “Como en mi casa no estaría en ningún sitio” y decidía irme, evadirme o distraerme con pensamientos que nada tenían que ver con la situación que estaba viviendo. Me repetía a mí mismo que estaba muy ocupado; que tenía muchas cosas pendientes de hacer; que no tenía tiempo para entretenerme, etc, etc. y abandonaba el proyecto o ni siquiera me daba la oportunidad de comenzarlo. Me convencía con la idea de que en otro lugar y/o en otro contexto y/o con otro grupo de personas tendría mayor éxito.

Con esta actitud siempre he estado “de paso” en mi vida: numerosos trabajos, distintas ciudades, diferentes personas,… todas estas oportunidades han ido pasando por mi vida sin que realmente me sintiera protagonista en ninguna de ellas. En cada nuevo contexto siempre existía la posibilidad de fracasar y yo no estaba dispuesto a afrontarlo. Esa falta de compromiso de la que hablo me ha permitido vivir con la fantasía de ser libre, de tener el control de mi vida y de estar fuera de peligro pero, al mismo tiempo, ha repercutido gravemente en mi estado emocional y en la confianza en mí mismo, y en los demás.
Sé que el desafío que supone descubrir esta “nueva realidad” y el aprender a manejarme en ella he de lograrlo practicando la humildad y esforzándome en redescubrir las cualidades que, o bien desconozco, o bien desconfío de ellas o ni siquiera las recuerdo después de tanto tiempo inactivo y solo. Intuyo que recuperando parte de la confianza perdida podré optar a ser feliz pero sé que lograrlo va a suponer un esfuerzo continuo y constante: ir desechando los pensamientos negativos y de desconfianza que mi mente genera a cada paso que doy y sustituirlos por mensajes de tranquilidad y confianza puede resultar, en ocasiones, agotador y caer en la desesperanza.

Los compañeros/as se han convertido en espejos donde reflejarme, proyectarme y aprender. Su presencia me ayuda a conformar y dibujar los límites de lo que es posible y de lo que no lo es; me ayudan a separar y discernir lo real de la ficción. Antes de mi experiencia como voluntario de la Fundación SoyComotu me centraba en competir con cualquiera que se prestara a ello, en cuidar de mí mismo y en saciar con avidez las necesidades que se me presentara. El otro representaba para mí una amenaza y su presencia implicaba una constante tensión y una lucha por prevalecer y destacar.
¡Nunca hubiera imaginado que pudiera cooperar con otra persona, a priori desconocida, en pos de un objetivo común y que dicha voluntad restaurada supondría, con el paso del tiempo, el principio y el motor de mi recuperación! ¡Si alguien lo hubiera afirmado no le habría creído!

Es en este punto donde el lema de la fundación: “Hazlo por los demás, hazlo por ti” enlaza con el inicio de mi disertación: Espacio y Tiempo. Preocuparme y hacer cosas con los demás –y es aquí donde subyace la esencia del Espacio entre las personas- ha repercutido en el bienestar de los otros y en el mío propio, ya que me ha ayudado a darle un sentido a mi vida –y aquí subyace la esencia del Tiempo como proyecto-, siendo éste un modelo para aquel que anhele llegar a ser.
Muchas gracias a todos.
Murcia a 10 de Octubre de 2017.
Ponencia presentada en las I Jornadas Nacionales sobre Artes Escénicas, Inclusión Social y Salud Mental