Un lienzo de sueños
“El Boxeador”
Por voluntario de la Fundación Psicólogos
“… ¡Soy el más grande! ¡Como alaridos de hierro en la fragua nuestras gargantas baten su nombre! Sobre el cuadrilátero, gigantes leviatanes se embisten con furia. Atávicos instintos hacen rugir a los padrinos del duelo, testigos desde hace una eternidad.
Pero solo uno ha sido el elegido por ellos, el que recogió el envite de la masa. ¿Aceptarías un combate contra el Estado?
Titanes de bronce, gladiadores de azúcar. Guiñol de golpes que bajo los cardenales ocultan su nobleza. Se pegan con furia el uno al otro. Al borde del agotamiento, como se suele ante el ataque de la bestia, anclados a la carne macerada buscan hacer unas tablas que pongan fin a la paliza.
Se equivocan de partida. Aquí no hay coronas que defender ni más nobleza que la propia. No son más que dos simples peones enrocados en un blanco escaque a los que engañaron. Más allá de la última casilla el gusano no se transformará en mariposa.
En los vértices opuestos del cuadrilátero los púgiles quedan hundidos en sus escaños del dolor. La fatigada toalla que les proclama me recuerda a un triste sudario. Mientras, todo el mundo sigue gritando.
Les preparan para la siguiente embestida. Una lejana voz les grita al oído palabras inaudibles. Al otro lado de los párpados hinchados las pupilas apenas alcanzan a ver un ocaso que se les escapa.
Suena otra vez la campana y vuelta al centro. El árbitro se asegura del buen estado de los contrincantes y da lugar a lo que parece un inacabable comienzo. De nuevo los golpes. Costado, mentón y ceja. El sordo dolor campa por sus lares.
Y es entonces cuando el elegido, ¡el más grande!, lanza su imparable gancho de izquierda.
-O tú o yo. Es solo eso-.
¡En ese momento el estadio se viene abajo! El árbitro se interpone entre el coloso y el mortal y tras contarle a éste hasta 10 levanta el brazo del vencedor dando por finalizado el combate.
¡Cassius Clay! ¡Mohamed Alí ha vencido!
Sí. Sin duda él tiene razón. Él es el más grande…”.